¿Tienen que ser felices siempre?
Que no sufra,
Que no se disguste,
Que no se sienta solo, rechazado ni poco querido,
Que tenga muchos amigos,
Que aprenda,
Que no le tengan manía en clase,
Que no pase miedo por la noche,
Que desarrolle sus habilidades,
Que lo inviten a los cumpleaños,
Que demuestre su personalidad…
En definitiva, que mi hijo sea plenamente feliz.
Esta introducción leída en un artículo de la revista XL Semanal me llamó mucho la atención. ¿Este es nuestro objetivo como padres? Y lo que más me preocupa… ¿qué es lo que conseguimos?.
El brindarle a nuestros hijos una educación en la que se les da todo para que no sufran, para que vivan sin carencias, para que “sean felices”…comenzó, hace unos años, a mostrar sus primeras consecuencias: los hijos tiranos. Niños que desafían a sus padres, que se muestran negativistas y que retan cada una de las limitaciones que, cuando ya es demasiado tarde, intentan marcarle sus padres.
A esto se le suma la angustia paterna por intentar controlar esas rabietas. ¿Qué está fallando? A veces no nos damos cuenta de que la frustración es necesaria e inevitable, y que aparecerá a lo largo de nuestra vida ya que nuestros deseos no siempre serán satisfechos de forma inmediata.
Por lo tanto, la sobreprotección puede volverse dañina: el niño debe aprender a desarrollar habilidades y capacidades para poder enfrentar esas situaciones sin desestabilizarse, sin derrumbarse y sin sentir que no podrá lograrlo.
Como señala Jennifer Senior (antropóloga estadounidense) “es natural querer que nuestros hijos sean felices, pero deberíamos marcarnos metas más realistas. Por ejemplo, los viejos principios: decencia, ética del trabajo y amor. Y dejar que la felicidad y la autoestima lleguen como consecuencia del bien que hagan, de los logros que consigan y del amor que reciban”.
Un saludo,
Mercedes.